El primer contacto con Addis Abeba ha transcurrido igual que con la mayor parte de las ciudades africanas. Esperas entrar en un mundo de las mil y una noches y como mucho te das de bruces con una ciudad caótica, atestada de gente y bastante sucia. Lo ves todo negro, jejeje. Eso no le quita el encanto; al menos para mi, pero seguramente a muchas personas les echara para atrás en los primeros momentos. En las ciudades africanas hay que saber mirar a través de todos estos inconvenientes para saborear los pequeños detalles que pueden convertir tu visita, sino en algo espectacular, si al menos en una divertida experiencia. La mayoría de las ciudades del África negra son relativamente nuevas. Ciudades creadas por los poderes coloniales para la administración de los territorios explotados. Ciudades que más tarde, tras la descolonización, han crecido de forma desmesurada y caótica para convertirse en monstruos que todo lo engullen Consiguen que los ricos grupos étnicos que suelen conformar el país, se diluyan en una amalgama de ciudadanos con ansias de globalización, vestidos con toda suerte de camisetas de equipos de fútbol europeos y armados de los tesoros que les proporcionan los bazares surtidos de mercadería china de Todo a 100.
Addis Abeba, a pesar de formar parte de la civilización mas antigua y rica del África negra, es una ciudad relativamente moderna, sin edificios ni monumentos significativos, y que por lo tanto entra dentro de la descripción general que he comentado. Su indudable ventaja, al igual que en otras capitales africanas, es que deseas salir lo mas rápidamente posible de ella, para poder así descubrir el auténtico país que se esconde mas allá de sus suburbios.
El amárico, pronunciado por los etíopes «amariña», es una lengua semítica sudoccidental que se habla en el norte y el centro de Etiopía y es su idioma institucional. Su nombre deriva de la principal etnia etíope, los amhara. Por número de hablantes, es la segunda lengua semítica por detrás del árabe.
He pasado un día bastante divertido con tres españoles que conocí en el avión. Después de visitar el Mercado, comprar especias y deshacernos de varios guías improvisados fuimos a visitar la catedral y algún que otro monumento y estatua erigido a gloria de los próceres de la patria. Nada reseñable en el fondo. Mas tarde decidimos comer en un restaurante que nos habían recomendado y que tenía muy buena pinta. No nos defraudó. El sitio estaba decorado con mucho gusto, el servicio era bastante bueno y los precios de risa. De risa para nosotros, porque los etíopes que había en el estaban todos muy serios y circunspectos. Comimos la clásica ingera, que es como un enorme mantel de pan hecho con un cereal amargo que se llama teff y rodeado de un montón de carnes y quesos bastante ricos. A mi me dio un poco de corte comerme el mantel, pero supere la vergüenza después de trasegar varios vasos del licor nacional, el tej, mezcla de agua, miel y una gramínea fermentada durante tres días cuyo nombre he decidido olvidar de forma unilateral.
El tej es un hidromiel producido y consumido en Etiopía. Se condimenta con hojas y ramitas molidas de gesho (Rhamnus prinoides), un agente saborizante parecido al lúpulo que es una especie de espino.
También se elabora una versión más dulce y con menos alcohol llamada berz, envejecida menos tiempo. La vasija tradicional para tomar tej es un recipiente con forma de jarrón redondo llamado berele, que parece un balón de destilación. El tej tiene un sabor falsamente dulce que enmascara su alto contenido alcohólico, que cambia mucho según la duración de la fermentación.
El tej suele hacerse artesanalmente, pero por toda Etiopía se encuentra en tej bets (literalmente ‘casas de tej’). (Copiado de Wikipedia. Otro día me extenderé alrededor de mis duras experiencias con el tej)
Una vez metidos en harina, tanto de mantel como alcohólica, comenzamos a desvariar un poco. La palabra en amárico (el idioma local) para decir gracias es muy larga y complicada y se olvida con facilidad*. Para recordarla se me ocurrió que podíamos decir, ya que se parece bastante fonéticamente, “Amaseme la nalga”. A partir de entonces se lo decíamos a todo el mundo, sin animo de ofender por supuesto, y lo increíble es que todos nos entendían perfectamente. Las carcajadas eran continuas y los etíopes, como son encantadores, se partían de risa con nosotros. Creo que voy a improvisar algunas palabras más para hacerme profesor de amárico cuando vuelva a Madrid.
*ameseginalew
Etiopía
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