Me ocurrió una curiosa anécdota en un autobús urbano de Bamako, la capital de Mali. Íbamos camino del mercado central, ya que me había encaprichado con unas botas de piel de serpiente. En este mercado, te toman las medidas del pie, te muestran en revistas de moda occidentales, varias fotos de diferentes modelos, eliges unas y, en un par de días y por un módico precio, tienes unas genuinas botas de piel de serpiente hechas a mano. El caso es que iba decidido a encargar unas y volver a España hecho todo un macarra.
Cuando nos sentamos en el autobús, había una chica joven bastante atractiva. Intercambiamos una serie de tímidas miradas y sonrisas furtivas. Al cabo de un rato rompimos el hielo, algo por otra parte muy sencillo cuando estás inmerso en un tremendo calor tropical, y comenzamos a hablar. Mi dominio del francés es bastante primitivo, por lo que estaba convencido que nuestro acercamiento se vería abocado al fracaso. Gracias a Dios, o posiblemente al diablo, cualquiera sabe, José, uno de mis compañeros de viaje, contribuían a echarme un capote haciendo de traductor ocasional. En esto, tomándome por sorpresa, la chica se quito el reloj que llevaba en la muñeca y me lo ofreció como regalo.
El Mercado Central de Bamako o Mercado Rosa es, como todos los mercados del África negra, una explosión de colorido, ruido y olores en el que se venden los artículos más variopintos y se aprovecha y recicla todo lo imaginable. Últimamente, la invasión de productos baratos chinos ha desplazado en gran parte a la oferta de mercancía local, pero se siguen encontrando infinidad de objetos exóticos y desconocidos para los occidentales. Además de la comida y los artículos de primera necesidad, podemos encontrar artesanía procedente de los diferentes grupos étnicos que habitan en Mali; joyas, sombreros, tallas de madera, máscaras, etc. Merece una mención aparte el mercado Ngolonina, dedicado a los amuletos, pócimas y filtros de la medicina tradicional, que realizan los hechiceros y curanderos para contrarrestar y prevenir la influencia de los espíritus malignos o curar cualquier padecimiento. .
Pero quizás, lo más interesante del mercado sea comprobar el pulso de la ciudad; como viven sus gentes observando su comida, sus ropas, sus utensilios de primera necesidad, sus compras, sus atuendos y su comportamiento.
Me quedé bastante cortado y lo rechacé de la forma mas amable que pude. La chica insistió y José me recomendó que lo aceptara para no hacerla un desprecio. José estaba divertido y al mismo tiempo extrañado. Nunca le había ocurrido algo así. A su entender era un gesto excepcional por parte de la chica, sobre todo teniendo en cuenta el valor que cualquier efecto personal tiene en un país tan pobre. Yo me encontraba cohibido y no sabia muy bien como corresponder a su presente. Darle dinero me parecía, obviamente, fuera de lugar, y no llevaba nada encima que fuera equivalente al valor del regalo que me había hecho. A pesar de ser un reloj de fabricación china, bastante barato, su valor para una persona con escaso poder adquisitivo era extraordinario.
Decidí regalarle las gafas de sol que llevaba puestas. Eran bastante buenas y muy útiles frente al duro sol africano. Pensé que podría comprar unas gafas baratas en el mercado, para aguantar los dos escasos días que restaban de estancia en Mali. Al cabo de un tiempo la chica llegó a su parada. Todos estaban expectantes pendientes de mi reacción. Supongo que contaban con que la invitara a cenar o la pidiera el teléfono. Me quedé bloqueado y ella se marchó sin que yo hiciera nada. Supongo que hay momentos en los que las situaciones se te escapan de las manos. Todo parece que sopla a tu favor, pero al final no sabes muy bien que decir o que hacer. Quizás la inocencia y franqueza con la que me abordó me dejaron desarmado. Puedes actuar de forma atrevida cuando enfrente tienes a alguien que utiliza tus mismas armas, tus mismos ardides.
Inmediatamente después de que el autobús dejara atrás la parada en la que se apeó, me empezaron a asaltar los remordimientos y la rabia por mi falta de decisión. No conseguí olvidarme de ella en todo el día. Me bullía la cabeza pensando donde la podría encontrar de nuevo para rectificar mi error y procurar cambiar mi suerte con otra oportunidad, después de haber tirado la primera por la borda. Era posible que si al día siguiente abordaba el autobús a la misma hora o me apostaba en la parada en la que se había apeado, la pudiera volver a encontrar. Lamentablemente los preparativos de la partida, complicados con ciertos encargos y papeleos que tenía pendientes, no me permitieron estar en el mismo lugar a la misma hora ninguno de los siguientes días. Posiblemente era lo mejor que me podía ocurrir. He guardado en mi memoria el gesto, aparentemente desinteresado y puro, de una preciosa chica que un día me ofreció uno de sus bienes más preciados en un autobús municipal de Bamako. Y es, sin duda, uno de los mejores recuerdos que tengo de mis viajes a África y, gracias a ella, he dejado volar docenas de veces mi imaginación pensando en lo que podría haber pasado si me hubiera bajado a su lado en la misma parada. Y todas las alternativas son preciosas, os lo puedo asegurar….
Malí
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