Amanecer a las 6 de la mañana de forma natural, sin despertadores por medio, es cuanto menos extraño, y más cuando despiertas en Managua, una ciudad extraña. Los días en las zonas del ecuador duran 12 horas, más menos exactas, sin muchas variaciones de verano a invierno. Son países en los que en muchos casos la luz eléctrica no llega a todos los hogares, la mayoría electrificados en fecha reciente, y en los que los cortes de energía que a veces duran bastantes horas, son frecuentes. La gente se levanta al amanecer o un poco antes, y suspende las actividades en cuanto cae la noche. Hay que aprovechar la luz del día. La electricidad es cara y no puedes supeditar tu actividad a los caprichos de los cortes de energía.
Amanecidos bien temprano, ese primer día fue el auténtico contacto con Nicaragua, ya que la noche anterior fue solamente un aperitivo.
Antes de desayunar nos dimos una vuelta por los alrededores del hotel, una zona residencial bastante tranquila. Nos acercamos a un banco y yo saqué dinero en el cajero, ya que las oficinas estaban aún cerradas y no podía cambiar el dinero que había traído.
El desayuno nos comenzó a familiarizar con el plato nacional de Nicaragua, el gallopinto, que ni es de gallo, ni lleva carne alguna, pero si es algo pinto. Desayunan gallopinto, almuerzan gallopinto, cenan gallopinto, y algún tendré que fijarme si en la eucaristía dan la también sagradas formas de gallopinto. ¿Y os preguntaréis que es el gallopinto? Pues muy sencillos, son frijoles guisados con cebolla picada muy fina y mezclados con arroz blanco. Vamos, un desayuno ligero para empezar bien el día. Me recordaba algo a los desayunos con “beans” que me ponían en Inglaterra.
Por suerte ese primer día también había fruta, que en Nicaragua es excelente, y tostadas con mantequilla y mermelada de guayaba.
El desayuno lo tomamos en un patio interior del hotel con un frondoso jardín tropical una delicia. De pronto apareció un pequeño colibrí y se puso a libar unas flores cercanas a donde estaba sentado. Me arrepentí de no haber llevado la cámara al comedor. Fue una auténtica delicia, y me pareció una premonición de lo que íbamos a ver durante nuestro viaje. Te da un subido tremendo y se te pone una sonrisa de oreja a oreja.
[su_note note_color=»#ffc766″]Masachapa es un pequeño pueblo a unos 60 km. de Managua. La playa es la más frecuentada por los habitantes de la capital durante los fines de semana de verano y en Semana Santa[/su_note]
Tras el desayuno nos trajeron al hotel un pequeño coche de alquiler que habíamos rentado el día anterior y nos fuimos, como primera parada antes de salir con destino a Masachapa, la ciudad costera en la que estaba nuestro siguiente hotel, a la embajada española en Managua.
Fue una medida meramente cautelar e informativa, ya que nuestra idea era permanecer en el país varios meses. Nos registramos en la embajada, dejamos nuestros teléfonos de contacto, recogimos documentación informativa acerca de leyes y normas que deberíamos cumplimentar en Nicaragua, y teléfonos de contacto y direcciones webs de los consulados españoles en el país.
Camino de Managua a Masachapa
Seguidamente salimos de Managua a Masachapa, una pequeña localidad en la costa del Pacífico, a 60 km. de la capital. Como todos los primeros días en las carreteras de un país extraño y muy diferente al nuestro, el contraste y las impresiones del viaje fueron brutales.
[su_note note_color=»#ffc766″]Curiosamente la famosa canción de los 70 «Cuando calienta el sol aquí en la playa», obra del compositor nicaraguense Rafael Gastón Pérez, se llamaba originalmente»Cuando calienta el sol en Masachapa» [/su_note]
La vegetación era exuberante. La orografía de suaves colinas y grandes masas de árboles, nos descubrió a los pocos kilómetros la mole de varios volcanes que circundan Managua. Nos quedamos con la boca abierta. Los encuentro fascinantes, y más aún cuando conviven de forma tan cercana con asentamientos humanos tan densos. Me prometí que serían, todos y cada uno de ellos, uno de los motivos principales de exploración durante mi viaje.
Los vehículos públicos, sobre todos los autobuses, pintados con vivos colores y adornados con lemas religiosos, eran otro de los espectáculos que me llamó la atención. Eran casi todos viejos autobuses escolares estadounidenses. El como habían llegado hasta ahí era algo que tendría que investigar. Y no solo investigar, también los tendría que probar.
Finalmente, tras un par de horas de curvas y adelantamientos, por una carretera que me pareció bastante aceptable, con un tráfico denso pero no desesperante, llegamos a Masachapa.
La impresión general de las carreteras fue positiva. La gente, dentro de las lógicas limitaciones en un país tan pobre, con vías de comunicación muy deficientes y un parque de vehículos bastante antiguo, conducía de una manera prudente y respetuosa y cumpliendo casi todas las reglas de circulación. Vamos, que durante los siguientes días no nos esperaba la jungla de asfalto. Al menos no una jungla en la que pulularan cientos de jaguares hambrientos de sangre.
Nicaragua
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