En el aragonés pueblo de Belchite y sus alrededores, tuvo lugar una de las batallas más encarnizadas de la última guerra civil española. El pueblo fue sitiado y conquistado por las tropas republicanas tras una encarnizada lucha casa por casa. En el enfrentamiento murieron más de 5.000 soldados y Belchite, que entonces tenía más de 3.000 habitantes, quedó reducido a cenizas. Supuso una victoria pírrica para los republicanos, porque el hecho de empecinarse en conquistar la población, retrasó y evitó, en última instancia, el avance hacía Zaragoza, que era el objetivo final de la ofensiva.
Tras el final de la guerra el general Franco, decidió construir un pueblo completamente nuevo al lado de las ruinas del antiguo, y conservar este tal como estaba, como ejemplo de los sufrimientos que había producido la guerra. Gracias a esa decisión, hoy en día tenemos la oportunidad de poder contemplar el pueblo antiguo tal y como quedó después de la batalla. Bueno, no exactamente como ese día, porque el tiempo y sus inclemencias, han derruido un poco más lo que ya estaba en un estado bastante lastimoso.
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Pasear por las calles del Belchite antiguo es una experiencia sobrecogedora. En algunas paredes aún se pueden observar los impactos de las balas. Si dejas volar la imaginación, aún puedes ver los sacos terreros formando barricadas en las calles, los soldados apostados tras las ventanas con los fusiles encarados y los cráteres que los bombardeos han dejado en por todos lados.
El pueblo antiguo debió de ser muy hermoso. Las casas parecen salidas de la tierra misma por el color ocre de sus paredes. Un pueblo con palacios renacentistas e iglesias mudejares, algunas de las cuales aún pueden admirarse a pesar de su estado de ruina. Al pueblo se accede por el Arco de la Villa, una imponente construcción de ladrillo del siglo XVIII de estilo barroco-mudejar. El arco da paso a la calle mayor, la vía principal del extinto casco urbano. Además de las muchas casas que aún se conservan en pie, hay tres monumentos principales dignos de visitar.
La iglesia y convento de San Agustín, que era la iglesia principal del pueblo. Ubicada en la parte Norte del pueblo, la iglesia es de planta de estilo jesuita, consta de una gran nave central de cuatro tramos, 40 metros de longitud por 16,30 de anchura, con crucero y ábside recto, con cuatro capillas laterales situadas entre contrafuertes por cada lado. Sobre estas capillas laterales corre una tribuna. El acceso cuenta con vestíbulo, sobre el que está situado el coro. En el lateral derecho del acceso se levanta la imponente torre campanario, de 32 metros de altura. La torre es de planta mixta, con los dos primeros cuerpos cuadrados y octogonal el tercero. El basamento es de sillares de piedra, mientras el resto está realizado en ladrillo como el resto del templo, con decoraciones geométricas en cuadrados, rombos y triángulos según los cuerpos.
La iglesia presenta una decoración interior de considerable valor artístico, con abundancia de relieves en estuco, cornisas, entablamentos, pilastras corintias, así como grupos escultóricos también en yeso.
El convento de San Rafael, con una iglesia de planta centralizada de forma cuadrada, formada por tres naves de tres tramos, con un vestíbulo de acceso en los pies, sobre el que está el coro. El espacio central está cubierto por una gran cúpula sobre pechinas. Todo el conjunto esta construido en una técnica mixta, usando machones de ladrillo con cerramientos de mamposteria careada. El conjunto de iglesia y convento es un ejemplo de transición entre la tradición arquitectónica y la decoración barroca y los nuevos gustos Neoclásicos del siglo XVIII.
La iglesia de San Martín de Tours, en estilo gótico-mudejar, habiendo sufrido constantes ampliaciones y reformas posteriores hasta el siglo XIX. En el siglo XVII se levantó una capilla barroca junto al primer tramo de la nave lateral. En el siglo XVIII se construyó la portada de la fachada principal que se puede ver actualmente. La torre, de grandes dimensiones, es de planta cuadrada, con una estructura similar a la de los alminares musulmanes.
Levantada sobre un basamento de sillares de piedra, el resto del cuerpo es de ladrillo, con un último cuerpo de campanario y un remate piramidal. Todo el cuerpo principal presenta una decoración geométrica en ladrillo resaltado sobre fondo rehundido. El interior disfrutaba de una profusa y rica decoración en yeserias y elementos escultóricos.
La visita es, en suma, algo triste ya que nos muestra hasta que extremo podemos llegar las personas cuando nos empeñamos en destruirnos, pero muy interesante desde todos los puntos de vista; el arqueológico, al poder observar las ruinas de un pueblo de principios de siglo prácticamente intactas, las históricas, porque nos muestras descarnadamente un lugar en el que se produjo una de las batallas más cruentas de nuestra guerra civil, la artística, ya que los templos que aún se conservan en pie son realmente destacables, humana, porque es un homenaje a toda esa gente que murió ahí y moral, porque nos tiene que servir para que intentemos que nuestros hijos y nietos nunca tengan que ver en esas condiciones ningún pueblo de España.
Zaragoza, España
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