Si pensáis viajar a Sitges o a alguna localidad cercana a este bonito enclave de la Costa Brava, os vamos a sugerir uno de los lugares más inusuales que podéis visitar. El lugar es más indicado para dar una vuelta, dos, tres…. o las que queráis.
Allá por 1923 a un grupo de apasionados de las carreras, recurriendo a empréstitos y financiación privada, se les ocurrió la feliz idea de construir un autódromo cerca de Sitges, en el vecino pueblo de San Pere de Ribes. Para que nos entendemos un autódromo es, denominado a la antigua usanza, un circuito para de carreras de coches. Fruto de esta iniciativa, nació el autódromo de Terramar.
El proyecto, realizado en cemento y hormigón, fue revolucionario para su tiempo, tanto técnica como arquitectónicamente. El trazado, con dos kilómetros de recorrido, era ovalado y estaba peraltado en la curvas con desniveles que, en algunos tramos, llegaban al 90º. Para que nos hagamos una idea de su importancia, en esa época sólo existían tres autódromos en el mundo: el de Indianápolis, en Estados Unidos, el de Monza, en Italia y el de Brooklands, en el Reino Unido.
El autódromo se inauguró con la celebración del Gran Premio de España de Automovilismo al que asistieron el rey Alfonso XIII y el dictador Miguel Primo de Rivera. En esa época los grandes premios se corrían en carreteras públicas, por lo que el hecho de celebrarse en un circuito cerrado fue toda una revolución.
Pero, después de la inauguración, la afluencia de público comenzó a descender casi de inmediato, ya que el autódromo se encontraba demasiado lejos de Barcelona, el principal mercado del que se nutría. A la escasa asistencia, se unió el hecho de que el elevado coste de la obra, cuatro millones de pesetas de la época, había dejado las arcas de los promotores vacías, embargando los acreedores la recaudación de las taquillas. Esta falta de liquidez impedía ofrecer cuantiosos premios en metálico a los ganadores de las carreras, que no estaban dispuestos a jugarse el tipo por cuatro cuartos en un circuito que tenía fama de ser muy peligroso. El excesivo peralte de las curvas dificultaban la transición entre recta y curva y ponía en peligro a los pilotos a la hora de pasar por curva a la máxima velocidad.
En 1925, tan solo dos años después de su inauguración, dejaron de disputarse carreras. En 1930 el autódromo fue adquirido por el checo Edgar Morowitz, gran aficionado al mundo del motor, que consiguió reabrirlo celebrando carreras de motos. Una vez más la lejanía de Barcelona pesó demasiado en la afluencia de público, lo que unido al estallido de la Guerra Civil, acabó por dar la puntilla al renacido autódromo.
El autódromo quedó relegado al olvido y se convirtió en una granja avícola. En 2009 un grupo de aficionados al mundo del motor limpió la pista de hierbas y adecentó las instalaciones. Su excelente factura y la calidad de los materiales empleados, han hecho que el circuito haya llegado hasta nuestros días en un excelente estado de conservación.
Hoy en día el circuito está pendiente de un ambicioso plan de recuperación que pretende construir dentro de su anillo un gran parque temático destinado al mundo del motor. Mientras tanto, aquellos que se acerquen al autódromo, con permiso del actual dueño, pueden visitar sus añejas instalaciones, caminar por su antigua pista, admirar los increíbles peraltes de sus curvas, perfectamente conservadas, e incluso dar con sus propios automóviles alguna vuelta al circuito. Hay que darse prisa antes de que los promotores del actual proyecto reúnan el dinero suficiente para comenzar las obras de remodelación de este increíble trozo de nuestra historia, anclado en 1923.
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Barcelona, España
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que interesante…. la próxima vez que vaya por ahí, procuraré visitarlo. Me encantan ese tipo de sitios abandonados
A mi también, la verdad… estoy recolectando webs de sitios abandonados y ya he visitado un montón. Aunque quizás lo mejor es que no se publiciten mucho 🙂