Día 11, Estancia en Nouakchott para reponer fuerzas

Nouakchott es complicado de entender para un occidental. Bueno, para un occidental y para cualquier habitante del planeta tierra (Por ahí fuera no se muy bien que opinarán. Es posible que los nativos de Dune se sientan como en el recibidor de su casa)

Para que nos entendamos, los mauritanos, con la excepción de la población negra descendientes de esclavos provenientes del sur, ha sido hasta hace muy poco tiempo nómada. Un pueblo nómada dedicado a pastorear camellos, traficar con esclavos, organizar caravanas para comerciar con sus vecinos del sur y asaltar las caravanas de otras gentes que comerciaban con sus vecinos del sur.

Allá por 1950, los franceses instalaron en la zona un fuerte con algunos soldados, para proteger a los colonos y funcionarios de la metrópoli. Unos años más tarde, en 1956, se decidió construir una capital para la colonia, que surgió, como quien dice, de la nada. Así nació Nouakchott.

Con el tiempo se fueron asentando los naturales del país, hasta que llegó a ser lo que hoy nos encontramos; Una ciudad de más de dos millones de habitantes, caótica, sucia, contaminada, prácticamente sin infraestructuras y con multitud de barrios miserables. Vamos, que es un punto indispensable para el turismo de placer y esparcimiento. Una población de mentira, con unos habitantes improvisados, que nunca deberían de haberse asentado en población alguna. El mito del tuareg relegado a un universo de chabolas y basura.

Tras leer estas líneas os preguntaréis; ¿si la capital no tiene interés alguno, porque se para a escribir esta entrada y encima siendo esta una etapa de descanso, sin el morbo que conlleva tragar millas por el desierto inmisericorde?

La respuesta es bien fácil… En primer lugar, me debo a todos aquellos que quieren obtener algún tipo de información de esta ciudad y, en segundo lugar, porque conocimos a Thierry, un tipo del que vale la pena hablar.

Tras llegar a Nouakchott, abordamos un taxi para que nos condujera al albergue en el que nos íbamos a quedar. Como ocurre siempre en esta ciudad, carente de direcciones y con taxistas provenientes de otros puntos del país que apenas conocen su entramado, al cabo de un tiempo de seguirle, el conductor nos confesó que se había perdido. Tras mucho preguntar aquí y allá, conseguimos llegar al albergue. Y encima tuvimos que pagar al taxista por la carrera.

[su_note note_color=»#ffc766″]El nombre de esta ciudad, Nouakchott (transcripción francesa), significa según E. Gomicia, conocedor del árabe y viajero del lugar: «salina de las conchas». Nuak = conchas, chott = típico lago salado del Sáhara que se llena esporádicamente de agua, como se comprueba por la naturaleza del lugar; un chott repleto de conchas marinas, aunque hay otras traducciones de las que destacan: «Lugar donde aparece el agua cuando se cava un pozo» (no puede ser por el prefijo y la ausencia de la palabra ma’ = agua, ni pozo (bir, `ain, `ayoun, in, palabras para pozo). «Terreno donde abundan las conchas» (improbable, la palabra carece del prefijo ma-, mi-, mu-, prefijos de lugar sitio). «El lugar de pastos salados» (improbable, es un contrasentido, porque en los lugares salados no hay pastos). «Lugar de los vientos» (poco probable ya que rig es viento y makan lugar, todas las palabras que expresan lugar-sitio están precedidas de ma [Madina, etc]). (Extraído de Wikipedia)[/su_note]

Tras dejar los bártulos y las burras a buen recaudo y, aguardamos a que llegara Rafael procedente del aeropuerto, tras haber cogido un vuelo de Nuadibú a Nouakchott. El propietario del albergue era un francés que llevaba varios años afincado en Mauritania. De hecho estaba casado con una mauritana y tenía dos preciosos hijos. Nos contó que había sido campeón de Francia de motocross, o algo por el estilo, pero ya se sabe que cuando no puedes consultar las fuentes, cada uno se puede inventar lo que le venga en gana.

Thierry, que así se llamaba, regentaba una mezcla de café, albergue y taller de motos, no necesariamente a partes iguales. Nos había dado su dirección un viajero con el que habíamos  contactado por internet, y que se había hospedado en su albergue en otra ocasión.

Thierry se dedicaba, entre otras cosas, en su taller-albergue-casa-café, a reparar motos con el fin de venderlas. Pero no motos cualquiera… motos de competición que recuperaba después del paso de Dakar y de otro tipo de raids.

Los equipos grandes, recogen por sus propios medios los vehículos accidentados o averiados. La organización se suele ocupar de localizar y rescatar las monturas de los equipos pequeños o de los que van por libre, sin equipo, pero no siempre lo consiguen. A veces fallan los sistemas de localización por falta de tiempo, porque se pierde la pista de la moto o porque la arena la ha escondido parcialmente… o sencillamente porque no hay tiempo. Y ahí estaba nuestro francés, dispuesto a sacar de entre las dunas cualquier cosa que valiera la pena.

Thierry tenía a sus “soplones” del desierto, que localizaban cualquier moto abandonada entre la s dunas del Sáhara, estuviera donde estuviera. Como todos los hombres del desierto, estaban dotados de unas brújulas en la cabeza, que les hace infalibles a la hora de orientarse en esa vasta extensión de arena, que a nosotros nos parece indescifrable. Una vez localizada, la rescataba, la reparaba, y la ponía a la venta.

Hay que reconocer que su sistema no era muy legal. Aplicaba la máxima de lo que encuentras  abandonado en la mar pasa a ser tuyo, pero en su variante desértica. Los dueños no estaban ahí para reclamar, y si les daba por volver a recuperar su moto, a buen seguro que no la iban a encontrar. Luego las vendía, sin documentación, al personal de las oficinas comerciales,  consulados o embajadas de la ciudad, a un precio ridículo.

Cuando llegamos a su albergue, estaba reparando una magnífica KTM con depósitos suplementarios y un montón de preparación adicional, que originalmente debía de costar un pastón. Nos la ofreció, eso si, sin documentación, por 3.000 €. En Mauritania no había problema, dijo, pero una vez que saliéramos de ahí, otro gallo nos cantaría. Declinamos la oferta amablemente.

Nos contó que en una ocasión, vendió una Cagiva Elephant a un diplomático. El tío, todo feliz, la estuvo usando durante casi un año por Nouakchott. Un día da la casualidad de que se cruza con un aventurero que había recalado en la ciudad y que era amigo del dueño original de la moto. Reconoció la moto y se lo dijo al propietario. Este, ni corto ni perezoso, contrató a un abogado en Mauritania y reclamó la moto. El tribunal mauritano falló a su favor y se la tuvieron que devolver, pero tuvo que indemnizar al diplomático por la recuperación y reparación de la moto, ya que consideraron que la había abandonado en mitad del desierto después de que se la averiara, y que Thierry no había incurrido en delito alguno al recuperarla. Todos contentos.

Supongo que el traslado del París-Dakar a Hispanoamérica, debió de mermar considerablemente los ingresos del bueno de Thierry.

Mauritania

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