Después de acomodar a Rafael en la moto de Adán, salimos en dirección a Saint Louis, para cruzar la que tenía fama de ser la frontera más diabólica de todo el continente africano… que ya es decir. Rosso, el paso fronterizo entre Mauritania y Senegal, tiene fama de corrupto, peligroso, desesperante, caótico… en fin, que no enumero más “merecimientos”, porque me deprimo solo de recordarlo.
Distribuimos algunos de los enseres de Rafael en el resto de las motos salimos temprano hacía el sur por una carretera asfaltada, una novedad en lo que a Mauritania respecta. Decidimos no coger pistas, por eso de tener un detalle con la vapuleada anatomía de Rafael.
Cuando estábamos a punto de partir, nos comentaron con toda tranquilidad, como quien ve pasar un grupo ovejas camino de ser esquiladas, que acababa de producirse un intento de golpe de estado. La asonada había sido neutralizada, pero se habían producido varios muertos en los enfrentamientos ocurridos durante la noche.
Nos miramos todos como si nos hubieran contado que Felipe González era el padre natural de Mickey Mouse ¡Increíble! Y no nos habíamos enterado de nada.
La noticia más alarmante era que algunos golpistas habían conseguido huir y se habían refugiado en el norte, para intentar pasar a Senegal; El rumbo que íbamos a seguir nosotros ese mismo día. Empezaba bien la jornada. El consejo fue que no se nos ocurriera parar si un retén del ejercito nos daba el alto, ya que podían ser golpistas a la búsqueda de financiación para proseguir su huída. Vaya papelón; si eran golpistas y parábamos, nos mataban, si no eran golpistas y no parábamos, nos mataban. Mejor no encontrar a nadie por el camino.
Por suerte, el trayecto transcurrió sin demasiadas complicaciones por la carretera nacional 2, que es, más o menos, el número de carreteras que hay en Mauritania. Paramos en un par de pueblos para hacernos fotos, comer algo y estirar las piernas. No nos cruzamos con controles militares, ni leales ni golpistas, y en apenas 4 horas estábamos llegando al río Senegal, frontera natural de Mauritania con el país del mismo nombre.
Una vez ahí rellenamos todos los papeles para salir de Mauritania, y sacamos los pasajes para el ferry que cruza a Senegal. Salir de un país africano no suele ser complicado, el problema es entrar. Y ahí es donde íbamos a sufrir… lo sabíamos.
La reacción de un policía de fronteras africano cuando ve entrar a un occidental en sus dependencias, es similar a la que demuestran mis sobrinos cuando voy a su casa con un paquete de pasteles. Cuando salimos del ferry y aparcamos las motos en la explanada del puesto, juraría que pude ver las blancas sonrisas de los funcionarios destellar a través de las ventanas.
Comparada con la frontera de entrada a Mauritania, con su aduana ambulante en mitad de la nada, el puesto fronterizo de Senegal parecía el camarote de los hermanos Marx. Aún no habíamos parado los motores de las motos, y ya nos había rodeado una multitud vociferante de vendedores, arribistas, pedigüeños, cambistas de moneda, falsos guías, falsos funcionarios, falsos controladores de aparcamiento, falsos policías y falsos entre los falsos. Entre tanto tunante, hasta un político habría pasado desapercibido.
Mientras uno de nosotros se quedaba vigilando las motos, los otros tres nos repartimos el arduo trabajo que teníamos por delante. Colas y más colas para entregar nuestros documentos y las documentaciones de los vehículos, exigencias de dinero para agilizar los trámites, exigencias de dinero por impuestos y tasas inexistentes, exigencias de dinero para estampar los sellos, exigencias de dinero por ir al baño, exigencias de dinero para la asociación de viudas de aduaneros de Senegal, etc, etc. Estábamos tan hartos, que se dio el caso de que hay que tramitar un seguro obligatorio para transitar por Senegal, que es complementario a la carta verde, y que nos negamos airadamente a pagar porque pensábamos que era otro intento de timarnos. El funcionario nos vio tan cabreados, tras tantas horas de soportar el suplicio de la frontera, que desistió de hacernos el seguro.
Una vez resueltos todos los trámites, pasamos la barrera de la frontera y pisamos al fin Senegal, el ansiado destino de nuestro viaje. Al otro lado de la frontera, la situación no era mejor que dentro de ella. Al instante se nos echaron encima otro enjambre de timadores, falsos funcionarios y vendedores de todo tipo de mercancías, que intentaban llamar nuestra atención con gritos y gestos airados. Además por toda la zona pululaban bastantes tipos con aspecto de mafiosos, por lo que optamos por salir a escape.
Arrancamos las motos y, cuando comenzábamos a escapar, un coche conducido por unos macarras salió a escape quemando neumáticos e insultándonos, pasando por encima a un pobre perro que se cruzó en su camino. Para atropellarle desviaron la dirección del coche a propósito. Nos que damos espantados. Hicimos el resto del camino entre alegres y apesadumbrados, sentimientos entremezclados por la consecución de parte de nuestro viaje y la brusca y desagradable entrada en el país. Menos mal que al final del trayecto nos esperaba la magnífica ciudad de Saint Louis y la casa del mejor anfitrión que podíamos tener.
Senegal
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